Cuando Galicia se puso digna.
Se me saltan las lágrimas cuando recuerdo aquellos días en los que Galicia se puso en plan digno y decidió cambiar de gobierno. Recuerdo que no se podían tolerar aquella corruptela y aquel no saber muy bien quien manda, aquel beneficiar a las empresas amigas y aquel derroche continuo. Recuerdo los meses de precampaña en los que nos enteramos de que Touriño compraba sillas y un coche y Quintana se dejaba fotografiar en un yate con un empresario gallego. La ciudadanía estaba indignada con el bipartito, y cada día leiamos en la prensa las maldades que los gobernantes autonómicos tramaban sin nosotros saberlo. Menos mal que teníamos una prensa libre y no subvencionada para abrirnos los ojos.
Y llegaron las elecciones.
Y el señor Núñez ganó unas elecciones por un solo escaño, por muy pocos votos, es cierto, pero por mayoría absoluta.
Y Galicia recuperó la dignidad. Un hombre honesto estaba al mando.
Lo que es una pena es que los recortes afecten también a la exigencia de una sociedad con sus políticos. Quintana y Touriño abandonaron la vida pública, y ahora tenemos a un Presidente con turbias relaciones que no ve motivo para dar siquiera explicaciones. Ahora que aparecen papeles en el PP, desaparecen papeles en la Consellería de Sanidade, contratos que el actual Presidente de la xunta firmaba y en los que tal vez contrataba a las empresas de su por entonces amigo (ahora condenado por narcotráfico). Y tenemos que decir «tal vez» porque los documentos no aparecen y todos sabemos que aquellas cosas pasaban en las administraciones públicas, y tal vez conitnúan pasando, pero los medios de comunicación están tan centrados en informar hasta el más mínimo detalle sobre las corruptelas actuales que no sabemos en qué va quedando lo de la Gurtel, lo de Baltar, lo de Marcial Dorado y Núñez Feijoo en un yate. Por no saber, no sabemos ya que pasa con la estafa de los cursos de formación para autónomos o con los supuestos 17.000 euros que se ingresaron en la cuenta B del PP de A Coruña. Parece que solo hace falta que Negreira diga que no existe para que se deje de hablar del asunto.
En fin, Tempus fugit, que diría el otro, y las noticias parecen desvanecerse en el río de la desmemoria, en ese en el que no podemos bañarnos dos veces, según decía otro más.